Inglaterra se había negado hasta 1950 a jugar los mundiales porque se resistía a enfrentarse a equipos no británicos, pero esa misma altanería la condujo a su primera gran desgracia internacional: el 25 de noviembre de 1953, cayó ante la Hungría de Ferenc Puskas, Sándor Kocsis y Zoltán Czibor, 6 a 3, en Wembley, en un duelo, acaso el primero, que mereció para la prensa el título de «El partido del siglo».
Hungría ya era campeona olímpica consagrada en los Juegos de Helsinki ’52 pero para los ingleses, fundadores del fútbol, no era más que un rejunte.
Tal vez aquel equipo húngaro, que perdió la final del Mundial 54′ contra Alemania, sumado a los antecedentes de Puskas en el ejército de su país, fueron los que inspiraron la película «Two Half-Times in Hell», de Zoltán Fábri, un clásico del cine húngaro, de 1961, y que Fontanarrosa recuerda en un cuento que se proyectó en los cines argentinos bajo el título «Match del Infierno».
Sobre aquel filme -que se puede rastrear (sin traducción ni subtítulos) en YouTube- tuvo una infame remake estadounidense en 1981 llamada «Escape a la victoria», con Silvester Stallone, Pelé y el argentino Osvaldo Ardiles.
«Me pareció bien que, en un filme donde laburaban Ardiles y el negro Pelé, entre otros, lo mandaran al arco al troncazo de Rambo pero, así y todo, juré no volver al cine mientras atajara ese tipo», escribió Fontanarrosa.
Alguna vez Ardiles, mediocampista argentino que jugó los Mundiales del ’78 y el ’82 contó alguna vez que la escena del penal necesitó 34 tomas por la imposibilidad de conseguir que la maniobra de Stallone bajo los tres palos resultara al menos verosímil.
El desenlace nos revela el funcionamiento de la industria del cine. En la versión húngara, los futbolistas son fusilados al término del partido en pleno campo de juego; en la cinta americana hay un previsible final feliz y magnificente.
«¡La verdadera intención del grupo de prisioneros era escaparse! Huir del campo de concentración aprovechando las relativas libertades que les daban sus captores. Cuando le comunican eso a Jo, éste se chiva realmente ¡El quería jugar el partido! ¡A él que no le vinieran con el asunto de pirarse cuando ya se veía de nuevo pisando el verde césped y había atesorado en sus oídos el embriagador repique del balón sobre la grama!
¡El partido estaba hecho y nadie de ley, nadie que sea verdaderamente futbolero, sea choro o vigilante, deja de lado un desafío para escapar de un campo de concentración por más fulera que sea la comida! Los otros muchachos, los contra, habían conseguido camisetas para todos, tenían la pelota, habían alquilado la cancha, habían hablado con el referí, hasta le habían puesto redes a los arcos… ¡Y ellos se iban pirara antes del partido como unos maulas!
¿Quién iba a querer después, hacerle un partido a los prisioneros? Por supuesto, cuando se lo dijeron, Jo se puso para la mierda. Y fue ahí, ahí mismo, cuando pronunció esa frase que para mí se inscribe entre los grandes speeches del cine mundial, comparable al discurso de Marlon Brando ante el cadáver de Julio César, o a los argumentos de Spencer Tracy en «Heredarás el Viento». Jo agarró la pelota, la tiro para arriba, la durmió en el empeine cuando caía y dijo: «¡El fútbol es Sagrado!»
«Two Half-Times in Hell» está inspirada en un hecho real conocido como el «Partido de la Muerte»: el 9 de agosto de 1942, el FC Start, un equipo con ex jugadores del Dinamo de Kiev se enfrentó al más potente equipo alemán en la época en que Ucrania estaba ocupada.
Ganaron 5 a 3. Muchos de los jugadores ucranianos fueron arrestados, torturados y llevados a campos de concentración. No por el resultado (eso forma parte del mito) sino por sus vínculos políticos con el comunismo.
Puskas, el héroe real del fútbol húngaro, y a quien Fontanarrosa imagina como germen de «Two Half-Times in Hell», sufrió en carne propia la narrativa nacional construida en torno al fútbol. Hasta la derrota de Hungría en la final del Mundial ’54 fue la figura dorada del socialismo local; pero, con la derrota consumada, fue bastardeado por el régimen comunista. En el ’56 se exilió en España cuando los tanques soviéticos de Stalin avanzaron sobre su país.