Córdoba, sábado 28 de diciembre de 2024

Federico Zapata: «El peronismo cordobés es más bilardista en la forma de relacionarse con el poder»

El peronismo cordobés es «una invención original» que se desarrolló «a contramano del guion dominante de la política nacional» después de la crisis de 2001-2002 y que opera, desde ese momento, como «una isla rebelde» construida a partir de una mayoría social que tuvo, entre sus dos principales líderes, a José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti, explicó el politólogo Federico Zapata, autor de un reciente libro sobre esa experiencia partidaria.

Zapata escribió el ensayo político «Los muchachos cordobeses. Cómo se construyó un peronismo diferente (y qué podría aportar a la Argentina del futuro)», publicado semanas atrás por la editorial Capital Intelectual, en el que también aborda de qué modo el electo gobernador Martín Llaryora puede llevar a cabo ese proceso de trasvasamiento generacional en el peronismo provincial y, eventualmente, «acelerar el ascenso político de la provincia a nivel nacional», destacó el autor a Télam.

«Córdoba se anticipó a lo que ocurrió en el último tiempo: ante una crisis de las dos principales coaliciones de gobierno, se replegó sobre sí misma como hicieron otras provincias», sostuvo el politólogo.

– ¿Qué lo llevó a analizar las características del peronismo cordobés?
–  Después del llamado conflicto con el campo en 2008 entre el Gobierno nacional y las principales entidades agrarias, empecé a notar una mirada interpretativa muy distorsionada de la sociedad cordobesa y del peronismo provincial. Se empezó a categorizar a la sociedad cordobesa como conservadora y confesional, cuando en realidad es algo mucho más complejo. Y con relación al peronismo de Córdoba, al haberse construido en esa sociedad, tuvo que desarrollar una serie de invenciones identitarias y organizativas que lo hicieron un partido más enraizado con coaliciones sociales y empresariales, menos confrontativo, más pragmático y más bilardista en su forma de relacionarse con el poder y con la gestión.

– José Manuel de la Sota, que fue tres veces gobernador de la provincia (1999-2003, 2003-2007 y 2011-2015) y precandidato a presidente, fue una figura clave del peronismo cordobés desde la década del 80, cuando integró la llamada «Renovación» justicialista junto a Antonio Cafiero y otros dirigentes. ¿Cuánto tuvo que ver en esa identificación partidaria a nivel nacional?
– La élite que toma el poder en el peronismo de Córdoba es contra-hegemónica y se construye a lo largo de la década del ’80 a partir de una confluencia de dirigentes jóvenes que se incorporan a la política democrática siguiendo el liderazgo de De la Sota, que era el referente de la corriente renovadora dentro del justicialismo provincial. Todo ese proceso situó a De la Sota en el plano nacional. Cuando Carlos Menem le ganó en 1988 la interna nacional del peronismo a Cafiero, a quien De la Sota secundó en la fórmula como candidato a vicepresidente, decide sostener esa renovación en Córdoba porque considera que todavía tiene vitalidad. Profundiza la tesitura de la renovación sobre la base de lo que llama un liderazgo con instituciones o un peronismo con república, y se vincula con la matriz productiva provincial. Así, logra llegar al poder en 1999.

– ¿Cómo se relaciona ese peronismo cordobés con otros del resto del país? ¿Busca conformar sociedades o coaliciones?
– Hay tres etapas del peronismo cordobés. La primera es la de la renovación nacional y aquella alianza muy fuerte con el justicialismo bonaerense representado por Cafiero. Esa experiencia quedó trunca porque De la Sota tuvo con Menem un vínculo de tensión y rivalidad. El peronismo cordobés hizo un segundo intento nacional durante la crisis de 2001. Una vez que Fernando de la Rúa renunció a la presidencia, De la Sota fue propuesto como presidente interino del país. Si bien fue aprobada, el propio De la Sota la rechazó porque estaba de acuerdo con que hubiera elecciones en un plazo no mayor a los días. La idea de De la Sota era, para contrarrestar el poder que en ese momento tenía Eduardo Duhalde, presentarse como candidato a presidente y que su compañero de fórmula fuera el santafesino Carlos Reutemann. Buscaba crear así una centralidad de poder, una geopolítica de un peronismo vinculado a lo productivo. Eso también se frustró porque Duhalde se quedó con la presidencia provisoria del país y prolongó el tiempo de su mandato hasta 2003. Si bien Duhalde pareció respaldar más tarde la candidatura de De la Sota a la presidencia, luego argumentó que las encuestas no favorecían al cordobés, algo que no se pudo comprobar, y entonces se inclinó por Kirchner. Siempre se sospechó en Córdoba que Duhalde no lo quería a De la Sota porque era un posible competidor. Finalmente terminó saliéndole mal la jugada porque Kirchner terminó desbancando a Duhalde. En 2015 se dio un tercer intento nacional del peronismo cordobés al buscar confluir con un sector del peronismo bonaerense que en este caso tenía como referente a Sergio Massa. La alianza no resulta tan mala si se la ve en perspectiva porque obtuvieron más o menos 20%. Todo eso queda trunco con el ingreso de Massa al Frente de Todos, porque para el peronismo de Córdoba la posibilidad de entablar una alianza con Cristina Fernández de Kirchner está vedada por la política y la sociedad internas.

– ¿Qué relación política mantuvo el peronismo cordobés con el kirchnerismo?
– Al comienzo, digamos entre 2003 y 2008, diría que fue una buena relación, especialmente durante la presidencia de Néstor Kirchner. Fue un vínculo de diálogo y de cooperación. La relación tuvo un quiebre durante el conflicto con el campo y, a partir de ahí, en la presidencia de Cristina Kirchner. Desde ese momento se volvió tirante, más conflictiva y compleja Pero diría que esa situación de distancia no tiene necesariamente como motor a la élite del peronismo cordobés, sino a la sociedad cordobesa. Hay otro punto de quiebre en ese proceso de ruptura que es la huelga policial de 2013. A partir de ahí el peronismo de Córdoba se repliega hacia la postura de la sociedad, que es contraria al kirchnerismo.

– ¿Cómo se desarrolló el vínculo político entre De la Sota y Juan Schiaretti?
– Ellos son las dos figuras más conocidas de esa élite de dirigentes regionales del peronismo cordobés. La provincia está dividida por departamentos y a lo largo de la década del 80 fueron surgiendo desde allí referentes muy relevantes que fueron conformando una suerte de peronismo plural. Una pluralidad que no estuvo exenta de conflictos porque el peronismo cordobés no le huye a las internas. De hecho, antes de llegar al poder hubo una interna famosa que enfrentó a De la Sota con Schiaretti en la que éste último se impuso por muy poquito. Pero entre ambos se fue generando un aprendizaje para convivir con las diferencias políticas y asumir esa pluralidad como un valor positivo y no como un problema.

– ¿Cómo llega a convivir el justicialismo cordobés con las buenas elecciones que tienen el PRO y Juntos por el Cambio? Hay una sensación de que la sociedad provincial conserva las ideas de un gobierno peronista para la administración local, pero elige a otra fuerza para la gestión nacional.

– Esa dificultad que tuvo el peronismo cordobés de liderar o impulsar un peronismo nacional le fue generando una especie de desnacionalización del proceso político. En el apogeo de la llamada «batalla cultural del kirchnerismo», el peronismo cordobés tuvo una estrategia más defensiva, entre 2008, y 2015. Es decir, se replegó sobre la provincia con ese concepto de «cordobesismo» que se hizo famoso y se volvió un partido provincial. La sociedad cordobesa se caracteriza por tener un electorado con una cantidad muy grande de independientes. muy superior a la media nacional y más parecido a lo que ocurre en Santa Fe o Buenos Aires. Ese electorado fue aprendiendo que podía votar a un peronismo diferente al peronismo nacional para administrar la provincia y que podía inclinarse por una fuerza diferente para el resto del país. En ese sentido, Córdoba se anticipó a lo que pasó en el último tiempo con la crisis de las dos grandes coaliciones de gobierno, que llevó a muchas provincias a replegarse sobre sí mismas.

– ¿Imagina que Martín Llaryora, el próximo gobernador de Córdoba, continuará con esa herencia de De la Sota y Schiaretti?

– Este es un momento refundacional porque finaliza el ciclo que empezó con la vuelta de la democracia: el de los «padres fundadores» y renovadores. Llaryora tiene que resolver una triple transición. Primero, la de liderazgo como fue la de De la Sota a Schiaretti. Pero también la de la estructura de la pirámide de poder a nivel provincial. Y lo tiene que hacer en el marco, además, de un proceso que probablemente lleve a una transición del poder del peronismo a nivel nacional.

– En los últimos días el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, dijo que un eventual triunfo de Javier Milei, el candidato presidencial de La Libertad Avanza (LLA), en las elecciones nacionales del 22 de octubre tornaría muy complicada la posibilidad de gobernar la provincia y hasta sugirió que renunciaría antes de tomar decisiones en contra de la ciudadanía. ¿Aventura que una situación similar pueda alcanzar a Llaryora?

– Creo que el momento histórico del país requiere una postura de liderazgo de las élites políticas del país. Me parece que replegarse en un contexto como éste es una equivocación. Un escenario en el que una fuerza que es una especie de cabeza sin cuerpo, como LLA, llegara a tomar las riendas a nivel nacional va a acelerar los tiempos de ascenso del peronismo de Córdoba a una discusión nacional. No solo en términos de refundar al peronismo, sino de contribuir a constituir de nuevo un centro popular democrático desarrollista en la política argentina. Y eso se dará con los dirigentes que queden parados.

 

FUENTE: TÉLAM / POR GABRIEL TUÑEZ

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